Trucos y mañas de un carterista.

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Trucos y mañas de un carterista.

Entrada Autor: Jaqueton » dl., 29 ago. 2011, 17:23

Ciertamente... un puntazo de post que he encontrado, que puede ir muy bien.
Por la misma curiosidad... y por los consejos que da. ;)



Extraído del "foro-cualquiera".


Trucos y mañas de un carterista.

¿Alguna vez le han robado la cartera? Es un delito que va en aumento. ¡Si lo sabré yo, que durante 25 años, antes de ganarme la vida honradamente, me dediqué a sustraer objetos de valor de bolsos y bolsillos!

Es un oficio respetable en el barrio del sureste de Londres donde nací. Todos mis vecinos tenían una larga serie de carteristas entre sus antepasados, y a mucha honra. Cualquiera puede robarse un coche o saquear la casa de una anciana indefensa, pero el carterismo exige práctica, destreza y mucho ojo.

Tenía ocho años cuando mi hermana mayor me llevó a mi primer "trabajo". Ella era apenas 14 meses mayor que yo, pero ya la habían adiestrado dos hijas de una célebre familia de delincuentes. Yo me había pasado tres años acompañando a las tres en las tiendas; era ágil y seguro de mí mismo, y sabía mirar con el rabillo del ojo mientras seguía adelante con paso resuelto.

Al principio nos ocupamos de los edificios de oficinas. La primera vez fue en una calle que bordea el Támesis, en el centro de Londres: esperamos a que un grupo de adultos pasara el puesto de vigilancia de la entrada y nos colamos en el edificio tras ellos. Empezamos a recorrer un pasillo a grandes trancos en busca de oficinas vacías con alguna chaqueta o bolso colgado detrás de la puerta o en el respaldo de una silla. En ese entonces había mucha demanda de chequeras y tarjetas de débito robadas.

Sentí pavor cuando, siguiendo a mi hermana, entré en una oficina, metí la mano en el bolsillo interior de una gastada chaqueta de pana y saqué una cartera negra. Como me habían dicho, me la metí en el frente del pantalón. Dentro había una chequera y una tarjeta de débito que le entregué a mi segunda hermana, tres años mayor que yo. Ella a su vez se la vendió a un vecino que le pagó libra y media por cada cheque. Del total me tocaron apenas 50 peniques. Cuando tuve el dinero en la mano y pensé en lo difícil que había sido, sentí que me lo había ganado.

Durante 20 años mi hermana y yo fuimos uno de los mejores equipos de carteristas, no sólo de Londres, sino del sur de Inglaterra. Trabajábamos en vestíbulos de hoteles, aeropuertos y centros comerciales del west end de Londres. Como hay tantas ideas falsas sobre este oficio, a continuación les ofrezco varios consejos para protegerse:

Los carteristas profesionales no ven víctimas, sino bolsos, joyas y dinero. Las mujeres con hijos recién nacidos, los ancianos y los discapacitados son las presas más fáciles. Ninguno lo merece, pero así es el negocio.

Aclarado esto, mi blanco preferido eran las mujeres solas con el bolso colgando del lado derecho; así, cuando me encontraba a su lado podía alcanzarlo discretamente cruzando la mano derecha delante del cuerpo. Sólo una de cada 1000 mujeres lleva el bolso del lado izquierdo, y yo prefería evitarlas.

Actuar al abrigo de las miradas es fundamental para los carteristas. Si es usted mujer, póngase el bolso al hombro como acostumbre y mire hacia delante o hacia abajo. ¿Verdad que no alcanza a ver el bolso? Por eso es tan fácil sustraerle cosas.

La mayoría de los carteristas están coludidos con una "madrina", casi siempre mujer, que se pone junto a la víctima a examinar los artículos que tenga delante. La sincronización es decisiva porque, mientras yo me acerco, la madrina debe dar un paso más hacia la víctima, con aparente despreocupación, para ocultar el bolso de los ojos de la víctima, de las cámaras de seguridad y de los detectives de la tienda con el codo izquierdo, el más próximo a ella.

Las mujeres que llevan el bolso colgando por delante le dificultan las cosas al carterista porque no hay ningún punto ciego por el que éste pueda meter la mano al abrigo de las miradas. Y si quiere dificultárselas aún más, use bolsos que tengan asas en vez de correa.

Mi mayor pesadilla eran esos bolsos con broche y una cremallera oculta. Robarlos lleva dos veces más tiempo de lo normal: unos cinco segundos; doble riesgo de ser visto. Aún peores son las mujeres que guardan el monedero en un bolsillo interior con cremallera. Y los bolsos nuevos, sobre todo los de cuero, son más rígidos y, por tanto, más difíciles de abrir sin que lo note la dueña.

En cuanto a los hombres, uno de los mejores sitios para guardar la billetera es un bolsillo trasero del pantalón, sobre todo si éste es ajustado; es cierto que allí no se encuentra a la vista, pero está en contacto con el cuerpo y es fácil sentir cualquier intento de sustraerla. Otro buen lugar es un bolsillo interior con cremallera de una chaqueta con puños y cintura elásticos. No hay manera de alcanzarla, a diferencia de una chaqueta de vestir, que es demasiado holgada. También es posible atar la cartera al cinturón con un cordón o cadena.

Se dice que a los carteristas les encantan las multitudes, pero no es así. Yo huía de las estaciones atestadas, los partidos de futbol concurridos y los tumultos del hipódromo. Al ser humano no le gusta ver invadido su espacio. Un lugar atiborrado de gente es inquietante y la gente inquieta es cautelosa. Lo que necesita un carterista profesional son víctimas tranquilas y distraídas.

Si me preguntaran cuál es el ambiente ideal para el carterista, diría que una tienda de ropa. Tiene las medidas justas para brindar la máxima protección, y hay un constante flujo de clientes que van y vienen entre perchas y estantes, absortos en prendas que toman entre las manos, desdoblan y vuelven a doblar. Incluso la presencia de guardias uniformados es ventajosa, porque la falsa sensación de seguridad aumenta la desprevención de la gente.

Durante la semana me dedicaba a viajar por el país trabajando también en los supermercados. Pasaba tanto tiempo en ellos que en cualquier momento habría podido decir el precio exacto de cualquier artículo. Siempre trataba de despojar a mi víctima desde que ésta entraba para tener tiempo de llegar a la caja y usar sus tarjetas de crédito antes de que se diera cuenta de que le faltaban. No sé cuántas clientas serían las que, con toda la compra ya registrada, abrieron el bolso para pagar y descubrieron, consternadas, que les habían robado el dinero.

El metro es el paraíso de los carteristas. Tenga especial cuidado cuando se abren las puertas y la gente se agolpa para entrar y salir. En medio de tantos empellones, es juego de niños desplumar a alguien. Las mujeres deben revisar que su bolso esté bien cerrado y, de preferencia, llevarlo por delante o debajo del brazo. Los hombres harían bien en sujetarse la billetera con una mano.

Debo reconocer que en ocasiones no podía resistirme a trabajar en los vestíbulos de los teatros del west end poco antes de una función. Todos están tan emocionados por lo que van a ver, que el paradero de sus objetos de valor es en lo que menos piensan, sobre todo si además tienen prisa por encontrar sus asientos. En una de estas ocasiones llegaba a desvalijar a tres o cuatro personas. Otro terreno fértil para el carterista son los restaurantes, donde abundan los bolsos y chaquetas colgados de los respaldos de las sillas o, lo que es más imprudente aún, los bolsos dejados en el suelo donde sus dueñas no los ven.

Yo casi siempre me salía con la mía. A veces, tras una jornada de robos fáciles, empezaba a aburrirme y me imponía retos. Hace algunos años me encontraba en el centro comercial Harvey Nichols, en Knightsbridge. Ya había juntado unas 700 libras y era hora de volver a casa, pero vi a una mujer de mediana edad, muy bien vestida, que llevaba el bolso colgando del hombro izquierdo. Era de cuero y nuevo, y aun así decidí "limpiarlo". Le hice una seña a mi hermana. Se veía que ella no quería hacerlo, pero el ladrón siempre tiene la última palabra, así que me acerqué.

Es difícil describir lo que se siente en esos pocos segundos, pero parece como si pasaran en cámara lenta. La adrenalina me recorre el cuerpo como un tren de vapor. Lo único que veo es el bolso, como por la mira de un fusil. Todo lo demás es una mancha. Ya puedo oler el perfume dulzón de la dama y el cuero nuevo. Las oleadas de emoción y miedo se vuelven casi insoportables.

Empiezo a subir la mano derecha en un movimiento continuo por detrás del brazo izquierdo. La mujer está tocando unas pañoletas de seda cuyo ondear aumenta mi sensación de estar flotando.

Cuando abro el broche, atenúo el chasquido con el pulgar. Dejo la mano quieta en el espacio de dos o tres centímetros que se ha abierto bajo la solapa del bolso. No hay reacción. Para mantener la mano plana, sujeto el tirador de la cremallera entre el índice y el dedo medio. El bolso se hincha ligeramente al abrirse y asentarse los objetos que hay en él. La dueña sigue absorta en la seda.

Y luego el clímax de todo hurto: cuando los mismos dos dedos tocan al fin el frío monedero. Los buenos carteristas se refuerzan estos dedos vendándoselos con ligas de goma y abriéndolos a modo de pinzas, lo que les da tal fuerza, que podrían levantar un ladrillo.

Con un pequeño giro de la muñeca tiro suavemente del monedero... pero hay un problema. La rigidez del cuero nuevo lo atora bajo la cremallera, y siento cómo se me resbala de entre los dedos.

Cuando cae al fondo, parece como si estallara una bomba. De nuevo en cámara lenta, veo a la mujer abrir la boca, mostrar una fila de dientes manchados de lápiz labial rojo y lanzar un chillido ahogado. Mi hermana ya se esfumó.

Doy vuelta para correr, pero dos detectives de la tienda y un guardia me cortan el paso. Calculo mi condena. Si me toca un juez indulgente, me darán dos o tres años.

Como he pasado casi la mitad de mi vida adulta tras las rejas, se diría que estaba preparado para lo que dispusiera el tribunal, pero cuando el juez dijo siete años, se me doblaron las piernas. Me estaba condenando no sólo por el delito en Harvey Nichols, sino por muchos otros trabajitos con los cuales había violado mi libertad bajo fianza. Mi vida de delincuente tenía que terminar.

Yo no veía las caras cuando estaba trabajando, tal vez para evitar que el asunto se personalizara demasiado, pero, gracias a los cursos que he recibido de toma de conciencia sobre las víctimas, hoy veo a la persona que hay detrás de las pertenencias. Nunca podré remediar el hecho de haber despojado a una anciana de su pensión ni de haber impedido a una madre soltera llevar el sustento a la mesa, pero al escribir esto quizá pueda ayudar a otros a que no los priven de lo que es suyo.




NaClu2!!!

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